Durante
esta semana santa acudí por segunda vez en mi vida al museo Sorolla. Un lugar
que mas que un museo es un templo donde se respira arte y la propia esencia del
pintor valenciano. Algo diferente a la exposición temporal del pintor que pude
ver en el Museo del Prado.
Sobre
todo me llamo mucho la atención su gusto o pasión por la cultura del sur, muy
notable en sus jardines, y el tranquilo patio con la fuente central. Una vez
que entraba en las diferentes salas de la casa, me recogía en su lugar de trabajo,
algo peculiar, pues su obra ya tuve el gusto de verla en diferentes ocasiones y
no recordaba la esencia de su museo. De estar en su estudio de trabajo o donde
exponía sus últimas obras.
Una
vez contemplado el lugar, toca hablar un poco de su obra, y siempre hablare y
enfocare mi admiración por sus cuadros del mar y el predominio del blanco.
Sonara a tópico, pero te transporta a otra dimensión que pocos pintores
consiguen hacer. Algo que trasladado a la gran pantalla, no me viene otro
nombre a la cabeza que el gran director polaco Kieslowski, con su famosa trilogía
“Tres Colores”, en la que en una de las partes enfatiza en la importancia del
blanco. Un color que provoca un estudio intimista de los personajes, tanto los
que el director muestra en su película, como a los que pinta el propio Sorolla.
Y que el propio director quiso
simbolizarlo como “igualdad” alabando los tres colores de la bandera francesa y
su famosa “Libertad, igualdad, y fraternidad”.
Es
un color que evoca humanidad, transparencia, inocencia (como los propios niños
jugando en el mar), pero que también puede ser llevado a esa soledad o al frio,
que el propio director quiso narrarnos situándonos la historia en la fría y
nevada Polonia y con la muerte por detrás.
Pero que en la obra de Sorolla también muestra esa soledad en sentido
positivo, que no es mas que la paz que
viven sus personajes aislados del resto y disfrutando de aquello que aman y que el propio pintor ama y
añora por momentos.
El
director da muestras de sus pinceladas esperanzadoras y el propio Sorolla fija
la esencia de la escena en el fotograma clave, para evocarnos una paz y un
paraíso lleno de luz y color.
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